
En el principio, Eurínome, diosa de todas las cosas, se alzó desnuda del Caos, pero no encontró nada sólido en que apoyar los pies y por consiguiente separó los mares del firmamento, bailando solitaria sobre sus olas. Bailó en dirección al sur, y el viento que se levantó tras ella parecía algo nuevo y aparte con que poder empezar un trabajo de creación. Se dio la vuelta y agarró este viento del norte, lo frotó entre sus manos y he aquí que apareció la serpiente Ofión. Eurínome bailó para calentarse, más y más desenfrenadamente, hasta que Ofión, sintiéndose lujurioso, se enroscó alrededor de aquellos miembros divinos y sintió deseos de copular con ella. Así fue como Eurínome quedó encinta.
Luego adoptó la forma de una paloma que incubaba sobre las olas y a su debido tiempo puso el huevo universal. A petición suya, Ofión se enroscó siete veces alrededor de este huevo, hasta que se empolló y se partió en dos. De él fueron cayendo todas las cosas que existen, sus hijos: el sol, la luna, los planetas, las estrellas, la tierra con sus montañas y sus ríos, sus árboles, sus hierbas y criaturas vivientes.
A continuación la diosa creó los siete poderes planetarios, colocando sobre cada uno a un Titán o a una Titánide. Pero el primer hombre fue Pelasgo, el predecesor de los pelasgos; brotó de la tierra de Arcadia, seguido de varios más, a los que enseñó a construir cabañas y a alimentarse de bellotas, y a coser túnicas de piel de cerdo, como las que en un tiempo llevaban las gentes humildes en eubea y en Fócide.
Extraido del libro: Los mitos Griegos (Robert Graves)
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